Su helado favorito

 

Capítulo dedicado a María Teresa de Miguel Perellón, residente

Autora: Belén Jiménez de Miguel

 

Maite, mujer luchadora

Hemos vivido meses que han durado años. Todavía recuerdo, Maite, el último día de marzo que pudimos ir a buscarte a la residencia para pasar el domingo, como tantos otros domingos. Recuerdo entonces, como tantas otras veces, que saltaste del sillón al verme entrar en la sala y ante el asombro de los presentes, con una agilidad más propia de una jovencita que de una persona de 87 años.

Como tantos otros domingos, este último también te tomaste tu helado favorito después de comer, delante del televisor, mientras veíamos una de esas películas de paisajes luminosos y veraniegos, ideales para sosegarse y echar una cabezadita.

Siempre te alegrabas mucho de que hubiera tu helado favorito en mi casa “en esta casa siempre hay de todo” decías sonriendo; como si de un lujo se tratase tomar un helado traído del supermercado los domingos. Seguramente para ti lo era, generación sufrida y austera crecida en la posguerra, y especialmente para ti, cada vez más instalada en el pasado de tu niñez, que en un presente día a día más borroso.

Pasamos aquel domingo, como tantos otros, completamente ajenos a lo que se nos venía encima. El virus era entonces algo que parecía lejano, algo que estaba pasando en otros lugares y que aquí evitaríamos al estar ya prevenidos. Al volver esa tarde a la residencia nos dijeron que se anulaban las visitas hasta próximo aviso. Recuerdo que entonces pensé que estaban exagerando y que te vería nuevamente muy pronto… Aunque pudimos hablar contigo en varias ocasiones, ya no te volvimos a ver hasta bastante tiempo después.

A finales de marzo la residencia nos informó de tu positivo, y de cómo, a pesar de los cuidados que nos consta te dieron, día a día ibas empeorando por la enfermedad. Nos dijeron que no era posible ingresarte en un hospital, aunque lo estaban intentando, ni tampoco estaban permitidas las visitas. Inmersos como estábamos en el caos del COVID-19,  asumimos todo ello como inevitable.

Tras una larga lucha por tu parte contra la enfermedad que apenas hemos visto y podido acompañar, pero que nos imaginamos tremendamente dura, una primera despedida en abril —dado que tu situación era crítica entonces y nos permitieron verte— dos ingresos hospitalarios en mayo, cantidades de medicación y oxígeno, y ser objeto de algunos de los tratamientos entonces pioneros, ya no pudiste más Maite, mujer luchadora, y te marchaste entrado junio, casi tres meses después del comienzo de esta pesadilla.

Hoy, tiempo después y me imagino que como parte del duelo, empiezo a tratar de encajar todas las piezas de esta historia, intentando que no me atrape el dolor por no haber tomado otras decisiones con respecto a tu enfermedad, por no haber luchado tanto como tú, aunque es cierto que “a toro pasado” siempre se podría haber hecho mejor las cosas. Tampoco quiero que me atrape el dolor y la indignación: por un sistema que no ha podido responder a la situación en la medida en que hubiera sido necesario; por una sociedad tan asustada, que en gran parte asumimos con bastante naturalidad que los más vulnerables serían las principales víctimas; por unos políticos que han discutido y se han desacreditado, en vez de sumar fuerzas (algo que han hecho los ciudadanos en la medida de sus posibilidades). Intento que no me atrape la pena, por un país diverso y complejo, que ha querido pasar de fase e ir hacia adelante cuanto antes, sin mirar suficientemente atrás  para ver a cuántos nos habíamos  dejado por el camino, y sin pedir perdón por los errores. Quizás ahora inmersos en lo que dicen ser el comienzo de la segunda ola, no es el momento, aunque dudo si después llegará ese momento de reflexión y disculpas

Para no quedarme en el dolor y poder avanzar en el duelo, me voy entonces al agradecimiento por los cuidados y cariño que sabemos también recibiste, Maite, por parte de muchas personas que te ayudaron y acompañaron en tu lucha en estos meses, supliendo con afecto y ternura la falta entonces de suficientes conocimientos y medios para tratar esta enfermedad. Sabemos que estas personas, tanto en la residencia, como luego en el hospital, se sobrepusieron al propio miedo e hicieron lo que pudieron para ayudarte. ¡Mil gracias, Sandra, Mariana, Alba, Jessica, Mari, Inma, Raúl, Yolanda, Pablo... y a todas aquellas personas anónimas que estuvieron a tu lado!

Mi agradecimiento también para ti, Maite, por lo aprendido de ti, contigo, durante toda mi vida,  pero especialmente lo aprendido de tu lucha en estos meses y en especial en las dos últimas semanas que pude estar en el hospital acompañándote, antes de que te aislasen nuevamente y por lo que me siento enormemente privilegiada, frente a muchas personas que no han podido acompañar a sus seres queridos o siquiera despedirse.

He aprendido de ti, Maite, a no quedarme en la queja y el dolor, y tratar de seguir adelante; he aprendido a mantener el carácter y la dignidad a pesar de la adversidad, el miedo y la dependencia que conlleva esta enfermedad. En la incertidumbre de no saber qué pasará a continuación, mañana, dentro de unos días, he aprendido que solo tenemos este momento, y que no hay que esperar para pedir perdón, decir te quiero,  acariciar, ni para dar un abrazo necesario (con mascarillas). He aprendido de ti Maite, que cuando ya no se puede luchar más, no hay que olvidarse de agradecer a los que han luchado codo con codo contigo, y marcharse en paz.

Ahora que ya no estás y voy encajando poco a poco todo lo vivido, con la tristeza nueva de tu ausencia, he aprendido que el pasado, aunque sea duro de asumir, es el sustrato con el que contamos para crear nuestro presente y hay que prestarle atención y cuidarlo para que crezcan cosas bellas en nuestras vidas.

Gracias Maite, mujer luchadora. Gracias madre.