Capítulo de ejemplo, ficticio, pero casi no, de página del libro de la memoria

  

¿Quién era Guadalupe López Cuesta?

Desde muy joven acompañaba a mi abuela al otro lado de la frontera. Formaban parte de las llamadas Portugaleras Extremeñas, mujeres que se exponían por caminos, campos y controles para comprar víveres que luego vendían en España; o cruzaban el frente a diario durante la guerra, para abastecerse en pueblos de al lado de carne, huevos o embutidos, que escondían bajo sus amplias ropas y luego cambiaban por café, azúcar y tabaco.
Siendo adolescente se arriesgó a robos, calabozos, abusos e, incluso, a la corriente una vez que, en invierno, tuvo que atravesar una rivera crecida de repente. Mi abuelo y los otros hombres de la familia estaban muertos. Quiero decir que con quince años mi madre estaba curada de espantos.
Luego vino el casarse, el tener tres hijos, el intercalar las tareas del campo con las de una pequeña fonda propia, hasta que del pueblo fue desapareciendo la gente que buscaba en Bilbao o Barcelona una mejor vida. Aflojó tanto la clientela que el reclamo de la familia de su padrino, exiliado en Bélgica, le pareció la oportunidad de su vida.
Otro idioma, trabajo en una fábrica, privarse de cualquier gusto allí para poder dárselo en el pueblo cuando volvía en verano... Hasta que en uno de ellos, mi abuela enfermó y mis padres ya no regresaron a Bélgica.

Ella no volvió a salir de Extremadura hasta que enviudó, se hizo mayor y a mis hermanos y a mí, todos desperdigados por distintas ciudades, nos pareció que no podía continuar viviendo sola. Se mudó conmigo a Madrid y cuando los recursos se agotaron y la falta de apoyo, mi situación laboral y su dependencia se agravaron, tuve que pedir su ingreso en la Residencia, lo cual viví como el fracaso más grande de mi vida, no como hija, sino como ser humano.

He dicho más arriba que mi madre con quince años estaba curada de espantos. Púes no es así: le quedaba por vivir una pandemia.

Mi madre lleva dos años en la Residencia. Y yo llevo dos años con todas las alarmas encendidas desde que, a los tres días de ingresar allí, fue trasladada al hospital de madrugada, sin acompañante (ella no se podía expresar) y a mí no me avisaron hasta el mediodía siguiente. En la residencia esa noche, posiblemente por falta de higiene en los alimentos, había habido un brote de gastroenteritis, ningún médico, y solo un enfermero con siete auxiliares para 220 residentes, grandes dependientes en su mayoría, que habitan las 4 plantas del edificio.

Así que ese mismo día empecé a reclamar. No sirvió de mucho. En la residencia la escandalosa falta de personal siguió siendo la misma, los errores en la administración de su medicación frecuentes, los 50 residentes de cada piso permanecían la mayor parte del día hacinados en una salón mirando a la pared, o en fila para ser llevado a los dos aseos comunes donde se les cambiaban los pañales y donde la higiene es muy escasa, con el agravante de tratarse de personas con escaras y otras dolencias. Las infecciones de orina son continuas, casi seguro debido a que con los mismos guantes pasan de unos a otros, o lavar poco la ropa, o a ...

Ni las reclamaciones, ni las explicaciones exigidas al director, ni los encuentros con el Director General del Mayor y de la Dependencia de la Comunidad —responsable última ya que la residencia es pública aunque gestionada por una empresa— ni con los representantes de los partidos políticos en la Asamblea, ni los escritos al Defensor del Pueblo sirvieron para aliviar ni un poco la precaria vida de mi madre y sus compañeros.

Así llegamos al 10 de Marzo de 2020, día en el que nos comunica la dirección que los residentes no pueden recibir más visitas a causa de la pandemia de coronavirus. A partir de entonces se corta toda comunicación. El teléfono no se descuelga, o no se encuentra el médico, o no están autorizados a dar información, o “deja tu teléfono y te llamarán”. Alguna buena trabajadora, samaritana, que por lo bajini, me cuenta algo. No voy a repetirlo aquí.

No sé apenas nada más, si mi madre está enferma, si continua compartiendo habitación, si hay contagiados en la residencia, si está aislada, si toma sus medicinas, si entiende lo qué pasa, si piensa que la he abandonado…¿Y yo qué hago si los que tenían la obligación pública de su cuidado y respetarnos a los familiares nos han ignorado?

No puedo seguir contando ahora lo que ha pasado después. Quizás otro día. Pero vosotras, vosotros, sí que podéis. Contadlo aquí. Por favor. En su memoria y para que estén obligados a tomar las decisiones que debieron tomar hace mucho tiempo. Las personas, y más si son vulnerables, por encima de los negocios. Esos negocios que disimulan a base de marketing y cara de caridades. Y que a la vez desprecian a quienes sí trabajan todos los días en los cuidados de toda la sociedad.