El reloj que me regalaste

Capítulo dedicado a Salvador Meca Arancibia, residente en Residencia Henares - Sanitas Mayores

Autora: María Meca Paz

 

2 DE ABRIL (si hubiera estado a tu lado)

Lo primero dame la mano. Dame la buena que la otra da grima y te duele si la aprieto.

Quise venir antes, dije que quise venir antes pero la cobardía me lo impidió. Juego a parecer valiente pero no es así y creo que tú lo sabes. Ojalá puedas perdonarme por no haberme enfrentado al miedo que me provocaba el contagio, el mío y el de mi familia. Perdona que me conformara con los argumentos que me dieron: “allí estarías bien cuidado, que aquí (en mi pueblo) no había hospitales cerca”… y me lo creí, me lo creí porque me convenía creerlo. Pero, dentro de mí, el día que cerraron la puerta de la ratonera, supe que este virus iba a terminar contigo. Y durante tu agonía he agonizado. La imaginación de tus soledades y quebrantos, las noticias de infiernos semejantes y los remordimientos se han colado en mi espíritu y me han agarrado las entrañas casi tan fuerte como el COVID a ti. Y eso que sé, porque tú no paras de decirlo, que ya está bien de vivir, que llevas años hecho una piltrafa, como Blas de Lezo: tuerto, manco, cojo… navegando y ¡encima!, sordo.

¡Qué solo has tenido que estar en tu sordera! En tu miserable habitación. Tú, que viviste en palacetes de 30 habitaciones, que te criaste libre en inmedibles extensiones de naranjos y ciruelos. Ahora, has esperado a la muerte solo, sordo, en 4 metros cuadrados y aunque lo deseases, aunque deseases morir…¡¡¡Dios que solo!!!

Ojalá yo hubiese reaccionado y, atravesando controles de carreteras y puertas cerradas, te hubiese raptado y llevado conmigo para oírte refunfuñar y protestar una vez más.

—¿Te duele? ¿Te agobias? ¿No puedes más? Vamos a intentar pirarnos juntos a los lugares donde fuimos felices y mientras te los recuerdo, tú, déjate llevar, no te resistas Papá

—¿Te acuerdas cuando me pasabas a máquina las novelas que se me ocurrían? Yo te las dictaba, era tan niña que aún no sabía escribir. Tú ponías un papel de calco y hacías tres copias de mi imaginación. Esto te lo tiene que agradecer Dios seguro, porque tu confianza me hizo ser mejor.

Y el día de mi primera comunión, cuando yo, absolutamente convencida de que me iba a comer al mismo Dios, noté su presencia en mi interior y, aún más fuerte, tu gran mano apretándome. Y, ¡joder que bonito! el reloj de chico que me regalaste en contra de todos los criterios. Aún llevo uno parecido que no igual, ¡cómo aquel ninguno! Me encantaba verlo debajo del agua, era sumergible, era de buceo y tú y yo lo paseábamos por las profundidades del mediterráneo, entre caballos de mar y peces de colores. Y allí vas a volver, y yo también y bucearemos. Déjate llevar, mecer por las olas, disfruta del sol en la espalda y mira pasar a las tortugas.

A lo mejor prefieres que vayamos a esquiar, que bajemos de nuevo juntos el Noruego… ¿dices que te da frío? Te has vuelto un friolero…

Calor, calor el de Lorca después de comer. ¡Cómo apretaba! Y yo, me escapaba a matar pájaros, y tú te hacías el loco como si no me hubieras visto pasar…

Siempre fuiste amigo del secretismo, de las puertas traseras y de pasar página. Yo esta página no la voy a pasar: te lloraré y te recordaré y te volveré a llorar. Pero ahora no. Ahora te tengo la mano agarrada, la buena, la otra da grima. Y no te voy a soltar. Voy a acompañarte a la puerta y esta vez te vas a ir por la puerta grande y a hombros. Te llevaré a hombros aunque ya estoy vieja y cada vez más encorvada (parece que te oigo: “ponte derecha…”) aunque esté encorvada, ¡por mis cojones! te saco a hombros. Pero para eso, tú, Papá, tienes que dejarte llevar y no me riñas, esta vez te prometo que te dejaré descansar y que no te voy a levantar el párpado para decirte eso que te decía cuando hacías la siesta:

DESPIÉRTATE PAPÁ.